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Golfo de México, 2 de Junio de 1810 La "Preciosa Catalana" era una fragata de tres mástiles construida en los astilleros de Canet de Mar en 1803 bajo la supervisión de Ramón Carbonell. Sus 16 cañones en cubierta debían protegerla de cualquier pirata demasiado atrevido, mientras que sus 225 toneladas, sus dos cubiertas y su avanzado diseño le permitían transportar mercancías entre el mar de las Antillas y España sin tener que preocuparse por las condiciones agitadas de aquel océano. La tormenta que ahora la azotaba había de ser la segunda peor que sufriese en toda su historia: la peor de todas la alcanzaría en su siguiente viaje, de vuelta de Cádiz hacia Veracruz, en Agosto de aquel mismo 1810. La Gaceta del Gobierno de México consignaría su destino dentro del apartado "Relación de los buques que han padecido avería en el temporal del día de la fecha" con una entrada sucinta:
"La fragata Preciosa Catalana: zozobrada." Incluso aquella "zozobra" no consiguió sacar definitivamente de las aguas a la "Preciosa Catalana", y así el Diario de Barcelona del 25 de septiembre de 1814 la consignaría entrando en el puerto condal unos días antes, procedente de La Habana y Alicante.
En condiciones normales, nos diríamos que esta tempestad que ahora la zarandeaba por entre olas casi tan altas como su velamen no había de ser, por tanto, peligrosa para la embarcación: la Historia que conocemos nos dice que aún tenía futuro por delante. Pero, ¿era esta una tormenta natural, o acaso los patrones climatológicos habían quedado sutilmente alterados por al tira-y-afloja con el contínuo temporal, y esta tormenta no era sino aquella que había de hundir la fragata, avanzada a su tiempo? No podemos aún aventurarlo, pero lo cierto es que todos los hombres y la única mujer que viajaban a bordo de la "Preciosa Catalana" tenían la creencia de que aquel podía ser, perfectamente, el último día de sus vidas.
Uno de los que así pensaba, pero el más firme defensor de que las circunstancias no eran tan fieras como aparentaban, era el capitán Francisco Jover. El capitán "Siscu", como le llamaban sus hombres de mayor confianza, se mantenía aferrado al timón con gesto casi indolente, mirando adelante, como si el aparato eléctrico que centelleaba cada dos por tres entre la cortina de agua fuera una buenaventura providencial que fuera a alumbrar algún escollo traicionero en su camino.
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